Todos tenemos una lista de cosas en las que no tenemos que
pensar. Aunque sabemos que pasaron, cuándo e incluso cómo, las mantenemos
envueltas una cajita, adentro de una caja que está metida en otra caja más
grande, que a su vez está escondida en un baúl cerrado con una llave que
tiramos en algún lugar en el que sabemos que es posible que nos olvidemos que
está. Y así es mejor. Porque esas cosas nos producen emociones y nos traen
recuerdos que no sabemos como manejar, ya sea porque nos llenan de enojo, porque
son simplemente feos, o porque todavía no podemos tragarnos las lágrimas cuando
aparecen.
Hoy agregué a esa lista, que me tiraron los bulbos –todos,
toditos- de las fresias que encontré con mi viejo cuando tenía doce años en la
vereda de la casa de mi abuela. Esas fresias que con mi otra abuela saqué y
replanté cada año hasta la primavera pasada, y que eran más hermosas y
perfumadas que cualquier otra fresia que hubiese olido nunca.
3 comentarios:
Pucha, qué cagada...
¿Ya encontraste al o los culpables?
Oh pero qué bronca, Eli!
lo bueno es que tengas presente en tu memoria ese aroma que tenían y que seguramente te recuerdan a tu abuela.
Un besito
Bueno yo lo que perdí fue el interés por las plantitas, cuando era chica me pasaba horas con mi mamá (o sola) regando, removiendo tierra, cuidando semillitas. Ahora apenas me doy cuenta que tengo plantas en mi patio.
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